Uber ganó su batalla en Cancún. Ahora los taxistas le han impuesto derecho de piso: 30.000 pesos por operar
Hay una pieza de caza mayor en el transporte de pasajeros: los turistas. Taxistas y Uber se pelean por mantener su negocio en aquellos espacios donde los turistas priman este medio de transporte sobre cualquier otro. El resultado ha sido y está siendo un choque casi inevitable entre ambos modelos de negocio. La última batalla se libra en Cancún.
Luz verde. Es lo que ha dado la justicia a Uber en México. Podrán operar en la zona de Cancún… aunque ya lo estaban haciendo. Sus conductores llevan años denunciando que los taxistas de la zona los acosaban, amenazaban y agredían pero hasta ahora no tenían también a la justicia de su parte. De hecho, el Gobierno de la zona tiene que cambiar la reglamentación actual, por lo que la sentencia no es efectiva de inmediato.
Pero no todo son buenas noticias para los conductores de Uber. Tal y como recogen nuestros compañeros de Xataka en México, los taxistas se han organizado para establecer espacios de exclusión, lugares donde el conductor de Uber tiene que pagar hasta 30.000 pesos (el salario medio anual en México en 2021 fue de poco más de 136.000 pesos) si quiere superar la frontera impuesta. De no pagar, los conductores se exponen a graves acciones violentas.
El precio cerrado. No es casual la guerra que se vive entre Uber y los taxistas mexicanos. De hecho, no es la primera ni pinta que pueda ser la última. Los turistas son un mercado muy goloso para ambos sectores, pues suelen representar a pasajeros con un alto poder adquisitivo en comparación a los ingresos recurrentes que se obtienen en el país.
Pero los taxistas mexicanos están experimentando un problema que también hemos vivido en Europa: los pasajeros prefieren el precio cerrado. Es la gran baza de Uber y la que están explotando empresas como Cabify o Free Now, cuya directora en España, Isabel García, nos confirmó que es la tarifa preferida por los clientes, a pesar de que la plataforma opera con taxis. Tampoco es casual que las ciudades hayan ido implementando tarifas planas en trayectos habituales de largo recorrido, tales como del aeropuerto al centro de la ciudad.
Una larga batalla que no parece tener fin. Allí donde el turismo es una locomotora económica, Uber y el gremio de los taxistas han librado una dura batalla. Ha sucedido en Nueva York, también en Francia y Alemania y en España llevamos años viviendo una guerra que ha terminado con el decreto Ábalos que deja en manos de cada región la implementación de este tipo de plataformas, con Barcelona y Madrid actuando de manera antagónica.
No sorprende, por tanto, la situación que se está viviendo en Cancún. Países como Tailandia o India también han conocido el conflicto de cerca. En todos estos lugares hay un denominador común: el turista es la pieza de caza mayor, con más dinero y más predispuesto a utilizar un servicio de precio cerrado que le aporta una mayor seguridad.
Y una historia que se repite. El caso de Uber en México es una historia que lleva tiempo repitiéndose. El de la compañía que empieza a ofrecer sus servicios en un mercado en el que es ilegal o tiene un régimen difuso. De una manera o de otra, Uber comienza su actividad y gana terreno con precios más económicos para el usuario y un objetivo: ganar popularidad.
Una vez que cuenta con una gran masa de clientes, su expulsión del mercado también implica un importante rechazo social. Además, sus dirigentes no parecen estar descontentos con la imagen de víctimas frente a las agresiones de taxistas que sufren sus conductores. No es algo que diga yo, son informaciones que salieron a la luz este mismo verano y en los que se recogían correos electrónicos que circulaban en el interior de la empresa.
También una batalla ideológica. Dar luz verde al servicio de Uber también se ha convertido en una batalla ideológica: la de aquellos que quieren preservar el taxi como un medio de transporte público alejado de cualquier competencia y los que prefieren desregularizar el servicio y dejarlo a la libre competencia de las empresas que quieran explotarlo.
En Barcelona se ha optado por lo primero, poniendo importantes barreras como utilizar vehículos de un tamaño que cuadra con los automóviles de lujo que solían explotar las licencias de VTC. En Madrid, sin embargo, la entrega de licencias a empresas como Uber y Cabify han ido aumentando con los años. En España, la fotografía general es que este servicio ha llegado a recibir tantas licencias que sus empresas no encuentran conductores suficientes para explotarlas.